“Practicando la meditación en silencio y soledad,
se puede, a su debido tiempo, establecer el silencio y
la soledad en el corazón, aun por los más transitados caminos.”
“El deber del hombre es cultivar sus facultades para la gran aventura de la realización de su unidad con la sustancia básica del universo, una sustancia que carece de atributos pero a la cual se atribuyen erróneamente nombres, formas y funciones. Esto se declara en las grandes sentencias (mahavakyas) engastadas en los Vedas y ampliadas en los Upanishads.
Para fijar la mente y la inteligencia en esa unidad, el hombre debe meditar sobre ella en silencio y soledad, bajo la guía de un gurú.
Si el mismo maestro da las respuestas a las preguntas que hace, ¿podrá el alumno progresar? Si el alumno es dejado solo, carecerá de ayuda, y si se le pide que escriba lo que pueda, sólo podrá hacer garabatos. De manera que el maestro tiene que llevarlo de la mano y enseñarle los movimientos. La destreza de la mano y del cerebro debe, entonces, ser reforzada por la mano conductora del gurú. El alumno debe cultivar la concentración. Cuando la atención fluye en todas las direcciones, no se puede progresar.
Un buen maestro debe amar al alumno y guiarlo paso a paso.
Practicando la meditación en silencio y soledad, se puede, a su debido tiempo, establecer el silencio y la soledad en el corazón, aun por los más transitados caminos. En la actualidad, el salón de oración o el altar doméstico se encuentra invariablemente al lado de la cocina, y los olores de la comida asaltan la nariz y los sonidos de la fritura y del hervor atrapan al oído; la mente es distraída por las voces y los ruidos; entonces, ¿cómo puede aumentar la concentración en tal atmósfera? El silencio debe empezar dentro de uno mismo; es decir, se debe hablar menos y pensar más detenidamente, con más discernimiento. Se debe tratar de limpiar la mente de los impulsos, prejuicios y preferencias. De esta manera, el hombre debe esforzarse por llegar al fondo de su verdadera naturaleza, o dharma, que es divina y es su propia forma.
Esta naturaleza innata (sahaja svabhava) puede encontrarse en los niños; en esa etapa, el hombre no es afectado por los impulsos de los sentidos, por eso se deleita en su propia realidad, que es alegría, paz y amor. Esfuércense por hacer que ese estado sea permanente, para que puedan llevar una vida dhármica.
Ése es el dharma propio y natural del hombre, el cual salva a aquellos que confían en él.
Sathya Sai Baba – Prashanti Nilayam, Dásara, 29 de septiembre de 1965