San Francisco 2018»»
Debido a su humildad, en efecto, trataba de huir siempre
de toda gloria mundana y en todas sus acciones
buscaba el honor y la gloria de Dios y no la propia.
“Dondequiera que vean a una persona enferma o a alguien que se sienta desolado o afligido, ahí está su campo de servicio. Cada célula, cada nervio debe estremecerse de amor y sentir el anhelo de compartir ese amor con los desamparados. Cuando el amor ha llenado el corazón, éste realmente se ha transformado en la Divinidad, ya que Dios es amor y el amor es Dios. Es este amor y la compasión que de Él se deriva lo que hizo inmortales a los grandes santos de la India y de otros países, como Kabir, Tukaram, San Francisco o Ramakrishna.”
Sathya Sai Baba 4 de Marzo de 1970
Los Actus (Actus Beati Francisci et sociorum eius.) son una recopilación de episodios de la vida de San Francisco y de sus primeros compañeros que se realizó en las Marcas hacia fines del siglo XIII. Fundamento de esta recopilación es la tradición oral mantenida viva por el amor de los frailes contemporáneos y más allegados al Santo y por aquellos que lo conocieron y guardaron sus recuerdos. Un fraile marquesano obedeció a la necesidad de fijar estos recuerdos sobre el papel para asegurarlos a la posteridad.
Capítulo XXV
Cómo San Francisco curó milagrosamente
de alma y cuerpo a un leproso
Sucedió una vez, en un lugar no lejos de aquel en que entonces se hallaba San Francisco, que los hermanos servían a los leprosos y enfermos de un hospital; y había allí un leproso tan impaciente, insoportable y altanero, que todos estaban persuadidos, como era en verdad, que estaba poseído del demonio, porque profería palabras groseras y maltrataba a quienes le servían, y, lo que era peor, blasfemaba tan brutalmente de Cristo bendito y de su madre santísima la Virgen María, que no se hallaba ninguno que quisiera y pudiera servirle. Y por más que los hermanos se esforzaban por sobrellevar con paciencia, por acrecentar el mérito de esta virtud, sus villanías e insultos, optaron por dejar abandonado al leproso, porque su conciencia no les permitía soportar las injurias contra Cristo y su madre. Pero no quisieron hacerlo sin haber informado antes a San Francisco, que se hallaba en un eremitorio próximo.
Cuando se lo hicieron saber, fue San Francisco a ver al leproso. Acercándose a él, le saludó diciendo:
— Dios te dé la paz, hermano mío carísimo.
— Y ¿qué paz puedo yo esperar de Dios -respondió el leproso enfurecido-, si Él me ha quitado la paz y todo bien y me ha vuelto podrido y hediondo?
— Ten paciencia, hijo -le dijo San Francisco-; las enfermedades del cuerpo nos las da Dios en este mundo para salud del alma; son de gran mérito cuando se sobrellevan con paciencia.
— Y ¿cómo puedo yo llevar con paciencia -respondió el leproso- este mal que me atormenta noche y día sin parar? Y no es sólo mi enfermedad lo que me atormenta, sino que todavía me hacen sufrir esos hermanos que tú me diste para que me sirvieran, y que no lo hacen como deben.
Entonces, San Francisco, conociendo por luz divina que el leproso estaba poseído del espíritu maligno, fue a ponerse en oración y oró devotamente por él. Terminada la oración, volvió y le dijo:
— Hijo, te voy a servir yo personalmente, ya que no estás contento de los otros.
— Está bien -dijo el enfermo-; pero ¿qué me podrás hacer tú más que los otros?
— Haré todo lo que tú quieras -respondió San Francisco.
— Quiero -dijo el leproso- que me laves todo de arriba abajo, porque despido tal hedor, que no puedo aguantarme yo mismo.
San Francisco hizo en seguida calentar agua con muchas hierbas olorosas; luego desnudó al leproso y comenzó a lavarlo con sus propias manos, echándole agua un hermano. Y, por milagro divino, donde San Francisco tocaba con sus santas manos desaparecía la lepra y la carne quedaba perfectamente sana. Y según iba sanando el cuerpo, iba también curándose el alma; por lo que el leproso, al ver que empezaba a curarse, comenzó a sentir gran compunción de sus pecados y a llorar amarguísimamente; y así, a medida que se iba curando el cuerpo, limpiándose de la lepra por el lavado del agua, por dentro quedaba el alma limpia del pecado por la contrición y las lágrimas.
Cuando se vio completamente sano de cuerpo y alma, manifestó humildemente su culpa y decía llorando en alta voz:
— ¡Ay de mí, que soy digno del infierno por las villanías e injurias que yo he hecho a los hermanos y por mis impaciencias y blasfemias contra Dios!
Estuvo así quince días, llorando amargamente sus pecados y pidiendo misericordia a Dios, e hizo entera confesión con el sacerdote. San Francisco, al ver el milagro tan evidente que Dios había obrado por sus manos, dio gracias a Dios y se fue de aquel eremitorio a tierras muy distantes; debido a su humildad, en efecto, trataba de huir siempre de toda gloria mundana y en todas sus acciones buscaba el honor y la gloria de Dios y no la propia.
Y quiso Dios que aquel leproso, curado en el cuerpo y en el alma, enfermase de otra enfermedad quince días después de su arrepentimiento, y, fortalecido con los sacramentos eclesiásticos, murió santamente. Al ir al paraíso por los aires su alma se apareció a San Francisco cuando éste se hallaba orando en un bosque y le dijo:
— ¿Me conoces?
— ¿Quién eres? -dijo San Francisco.
— Soy el leproso que Cristo bendito curó por tus méritos -dijo él-, y ahora voy a la vida eterna; de lo cual doy gracias a Dios y a ti. Bendita sea tu alma y bendito tu cuerpo, benditas sean tus palabras y tus acciones, porque por tu mano se salvarán en el mundo muchas almas. Y sabe que en el mundo no hay un sólo día en que los santos ángeles y otros santos no estén dando gracias a Dios por los santos frutos que tú y tu Orden realizáis en diversas partes del mundo. ¡Cobrad ánimo, dad gracias a Dios y seguid así con su bendición!
Dichas estas palabras, se fue al cielo; y San Francisco quedó muy consolado.
En alabanza de Cristo. Amén.